lunes, 22 de junio de 2009

Pasamos la puerta de la entrada, juntos, sabiendo que al salir, alguno de los dos estaría incompleto. En forma metafórica y literal. Caminamos, nos dimos tiempo para una broma (una que ella solía hacerme cuando estaba nerviosa). Armó un cigarro de punta venenosa. Un bareto que nos permitiría subir las escaleras de forma más relajada. Papel tapiz enmohecido, vestiduras desgarradas, olor largo y con la brisa de la tarde, breve. A lo que huele el amor.
Recordó la estrofa de una canción y la susurró: "huele la delicía de un reloj en lentitud..."
Acarició mi pelo. Se dio cuenta de que a fuerza de no lavarlo una rasta se empezaba a formar. Me dijo -pinche puerco- en su acento diametralmente opuesto a su cara, a su piel, a su profunda mirada, la más encendida que conozco.
Yo pensé durante segundos en tomarla de la cintura, quedarnos en un cuarto, prender la televisión, subir el volumen al menos hasta el 56, y mezclar los gemidos del canal porno con los gemidos de nosotros. Sólo lo pensé.
Ella me dijo tres escalones arriba exactamente lo que yo había pensado, pero no había tiempo y sólo pegó su pantalón con todo y lo que tiene adentro al mio con todo y lo que adentro se endurecía.
El foco se había perdido en un ambiente tan terriblemente sexual. La tarde noche caía entre una lluvia fina, perfecta para una crónica, pefecta para describirla.
Elena tenía 4 días sin aparecer. Un reporte de la policía nos indicó el lugar. Ella lo escuchó en el scaner. Yo sólo había ido a "trabajar" en la tarde. Dí el último claquetazo a las 6. Se trataba de una fiesta entre gueras y negros. Esos filmes se logran en 4 horas.
El sonido de alguien amordazado, cuando lucha por gritar, a mi me paraliza. Es como como aquellos que se desmayan con la sangre. Yo no tolero ese ruído.
El grito ahogado de Elena no fue la excepción. -Puta madre cabrón, vas a quedarte como niña parado, no que ya no se ven, vales verga pinche mentiroso, eres muy hombrecito para coger y ahorita?-, me reclamó.
No pensé en nada, sólo el abismo que hay entre su cara y forma de hablar. Como si hubiera caído en un enorme bote de plástico, sólo escuchaba las olas del mar.