Una extraña silueta se veía caminando por el parque de MexiMora entre las 7 y las 8 de la noche. Acostumbrado a vivir en la más absoluta de las soledades, para Jacinto Ramírez Ullóa, el "Lonlynaits", esa era una tarde exactamente igual al resto de las tardes de su vida. El silencio lo aturdía a diario. Dejó de hablar con casi todas las personas (excepto con Gloria) y ya era un hilillo de voz lo que le quedaba en la garganta a falta de ejercitarla.
El contraluz que provocaba después de las 8 de la noche la iluminación del parque en donde acotumbraba sentarse a leer, hacían que su figura pasara de extraña a emblemática. Algunos niños "piratitas" ofertaban incluso entre los turistas contar la leyenda de -el Chito-, ahora mitificado: el "Lonlynaits".
Las leyendas eran unas historias llenas de clichés que iban desde colocarlo como un ex guerrillero que cansado de una lucha perdida en sudamérica prefirió llegar a tierras guanajuatenses a instalarse en una profunda soledad, hasta los mitos más horribles que lo ponía como un pederasta, violador en serie, que luego de asesinar a su casera en Buenos Aires, logró huir a México.
El apodo lo había puesto Mike, el hijo mexicano de un gringo que se casó con Gloria, la dueña del café Bellonia.
Nadie sabia en realidad lo que Jacinto pasaba, pero no había mejor apodo para la esfinge viva de una desertica alma. "Lonlynaits" que no buscaba cambiar esa condición, pero que tampoco renunciaba a la vida aun cuando era practicamente un muerto ambulante.
Gloria lo entendía. En las brevísimas charlas que tenía con él luego de entregarle el cambio del café de vainilla francesa que acostumbraba beber a diario, Gloria había aprendido a remover las lozas más pesadas, murallas casi imbatibles de la vida de Jacinto, que sin ser un asesino, realmente sentía ganas de matar a aquellos seres de no más de metro y medio que se decían al oído, entre risas, cuando pasaba: "inche Lonlynaits, ¿sí habrá quien le haga el paro?", para después estallar en una carcajada, ruido de tormeta lejana en la cabeza agachada de Jacinto Ramiréz Ullóa, el "Lonlynaits".