En el patíbulo, en el borde del pricipicio estaban. Andaban sin luces una carretera sinuosa y con neblina de Michoacán. Él confiaba y dormía. Ella jugaba mientras conducía a soportar el vértigo de 10 segundo en oscuridad. Apretaba sus ojos verdes. Manejaba sólo con la mano izquierda y de oído.
Una zanja lo despertó brevemente como una una turbulencia dentro del sueño que tenía en el que viajaba de México a Bocagrande en un Boeing 474-colosal ave de fierro-, que sólo transportaba a dos.
***
Dos cervezas heladas a un lado de la carretera rumbo a Lázaro Cárdenas fueron el desayuno. Le gustaba oler al medio día a camarones con cerveza mientras conducía y fumaba. Convencido, el aceptaba ese aroma a cambio de besos.
Dos ancianos vendían gasolina sobre la carretera. Anticipaban que pasarían 78.4 kilómetros antes de la la próxima gasolinera. A menos ahí había jícamas con chile, aguas de chía, tacos de canasta, chaparritas de sabores -heladas en un balde de aluminio con hielo al que se le derretía la tierra de camino-, pepino con piquín, ollitas con escuer y tequila.
Dos minutos largos fueron destinados para un beso que había aguardado 16 horas con 673 kilómetros. Ella dijo poco, nada más volteó la cabeza y le acomodó lo lentes como diadema. No se detuvieron. Calleron en el piso del lado del copiloto junto a una lata de aluminio. No supo que decir y mejor no dijo nada. Se pegó su pene a la entrepierna por la humedad de esta zona de sierra y por la de ella que sabía, ya cerca de las tres de la tarde, a un exquisto platillo de mar y tierra.
Dos veces a la semana, Lonlynaits soñaba con que eso ocurriera.
martes, 13 de octubre de 2009
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